Big brown room
Corrían por todas las paredes del lugar. Los mini hombrecillos de color marrón eran muy ágiles y pegajosos, por lo que quedaban adheridos a las paredes mientras avanzaban por los ásperos planos. El techo, el piso y los cuatro laterales de la habitación estaban tapizados por una veloz correntada de pequeñas personitas marrones, con rasgos humanos, con cuerpo humano desnudo y rabioso. Correteaban al mismo tiempo que emitían gritos desgarradores. Se tropezaban con otros cuerpecillos, caían bruscamente, e inmediatamente se paraban y continuaban corriendo en dirección cualquiera.
La enfermedad de Annie no paraba de apoderarse de sus venas. Ella transpiraba agonizante, con los ojos entreabiertos. Aquella sala de hospital soportaba una recarga de colores blancos y negros, en diferentes intensidades. Através de la deforme imagen que producía el envase del suero, la cara de Annie lucía en otra dimensión. Sus hermosos ojos amarillos se encontraban entre abiertos marcando una presencia levemente siniestra. Sus delicados labios salvajes, parecían pausados en plena situación de movimiento; estaban estáticos pero sugerían un leve desplazamiento hacia a delante, producto del brillo y el juego con los contornos. El cerquillo le protegía los ojos. Los cabellos dorados actuaban de forma rebelde sobre la cara de Annie, que conservaba a sus 20 años, una ternura legítima e inocente. Dos tubillos transparentes eran el camino del oxigeno que proporcionaban a Annie. Su nariz escultural resultaba deprimente. Y lo que terminaba por impactar de la imagen de Annie, era el maquillaje que se desprendía desde la base de sus ojos. El rimel daba los trazos oscuros a la protagonista durmiente en medio de la fría habitación.
Tres banderolas rectangulares con los soportes oxidados, se ocultaban bajo la caída de cortinas de tul blancas. Una mesa a los pies de Annie, contenía bandejas metálicas, tanzas y líquidos espesos color marrón. Un ventilador en el techo giraba desencajado, despedazando a los hombrecillos pequeños que correteaban sobre su orbita. Una estructura metálica sostenía un foco de luz en dirección a quien yacía sobre la camilla de sabanas blancas; Annie, era una pequeña hada urbana con grandes dolores de cabeza. Estaba enferma, muy enferma. Un amor algo toxico había hecho estragos en su pequeño pecho.
(Luego de que girara el reloj infinitas veces, y ya desde su casa, Annie quiso plasmar en una aromatizada hojilla de color fucsia, lo que recordaba del infierno; de todas maneras no lo logró. El dolor era realmente insoportable.)
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