Distracción
Mi pequeño perro duerme mientras yo me doy cabezazos contra el monitor encendido. Mis ojos miran fijamente las palabras que se despegan de la pantalla. Observo incómodo cada sistema de letras. Introduzco los ojos en el infinito entre los puntos, y las comas.
Mi perro se despierta sobresaltado. Levanta su cabeza con total desconcierto, me mira, se mira así mismo, y continúa durmiendo, como si nada sucediera.
Y es justamente eso: nada sucedía. Todo eran simples sugerencias que no terminaban en nada. Ahora se para, camina hasta la heladera, huele con despreocupación, vuelve a donde estoy, vuelve a mirarme, mueve la cola, y retorna a su posición inicial.
Yo lo miro a el. Le cuento que quiero matarlo. Le tiro de la cola. Le escupo insultos sobre la nuca. Y me reincorporo a la escritura. Después de este pequeño recreo, retiro el cuchillo del cursor, y me vuelvo a suicidar.
Que hermoso es esto de escribir. Amargo. Letal. Difícil y simplón.
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