I



Mientras My Propeller de Artic Monkeys suponía un ambiente denso desde los auriculares, atravesé un parque de la ciudad con el sol en la cara y una angustia deliciosa que me obligaba a razonar cada uno de los pasos sobre el caminito de piedras. Perfecto.
Encendí un cigarrillo y busqué un lugar para descansar. En esa seguidilla de días mis piernas venían siendo bastante exigidas, y una tos casi seca hacia todo más costoso. De tanto carraspear, mis pulmones dolían y aquello era cansador. No tenía ganas de caminar, ni de preocuparme por mi peinado, ni nada de lo que todas aquellas personas hacían. Únicamente necesitaba existir lo suficiente como para conseguir un libro que me obligara una sonrisa honesta. Algo así como un guiño sincero y energético. Una respetuosa caricia sobre mis complicadas intenciones. Solo que en ese antipático martes, mis deseos no parecían resonar en ninguna parte. Al carajo. Encendí un nuevo cigarrillo y estimulado ahora por Dance Llittle Liar, decidí ir por algo de grapa y un paquete de Job’s.
El sol agigantaba mi sombra sobre la vereda y yo la seguía sospechosamente entusiasmado. En ella me veía superado. Ella era más grande, deforme y oscura. Los peatones la pasaban por arriba, pero evite buscarle paralelismos a la situación y aumente la velocidad de mis pasos. Nunca entendí como podría haber tanta gente ese día en un lugar tan alejado. Era un pequeño parque apartado de la ciudad, con árboles tremendamente altos, y a pocas cuadras, un almacén me salvaría la tarde a precio de barrio.
Al fin la grapa quemaba mi pecho. Miré hacia todos lados como necesitando escapar, y opte por bajar hasta el muelle. El cansancio parecía estar distraído, por lo que no me preocupe y seguí caminando. Si alguien muriese por ello, debería estar muerto hace bastante: cuando el objetivo es valioso, el cuerpo parece renacer desde las ruinas y sumarse a la buena causa. Tres cuartos de grapa, bastante humo y promesas de sonreír. Todo eso sonaba bien.
Saturé los parlantes con el volumen al máximo, y cadereando al ritmo de I Dig You de Buenos Muchachos, ascendí un pastizal hasta dar con el muelle -en ese momento- vacío. El goce se despojo de protocolos y comenzó a bailar en mi cerebro. Aquello era genial. Pero estaba muy lúcido, por lo tanto la verdad entraba por los ojos. Era conciente de que el swing perecería. Y de tanto parlotear conmigo mismo, el goce se desencanto al verme parado, y desapareció. Todo estaba, otra vez, en su lamentable desorden.
Estrellas amarillas se gestaban en el agua. La mirada se perdía entre tanta profundidad. El viento transitaba como en ninguna otra parte de la costa.
Llegando a lo más lejano del muelle, una nueva presencia se sumaba a la escena. Valla – pensé. Dos largas piernas sobresalían de una gran estructura de cemento ubicada en el extremo, allí, justo donde pretendía respirar. Eran piernas de mujer; delicadas y hermosas. Por la posición, la chica debía estar acostada con el pecho contra el suelo y los pies hacia el cielo. Un par de anteojos con estructura negra reposaba sobre el lomo de un libro, que apenas asomaba por detrás de dos zapatillas acordonadas de color negro. Los pies estaban desnudos, y bailoteaban descoordinados y pulcros.
Parado sobre el borde del muelle, di un trago hondo a la botella y dejé de preocuparme. Estaba donde quería y algo en el ambiente me transmitía seguridad: con la mochila a un lado y la botella apretada en el puño, reposé con los pies colgando hacia el agua. La tranquilidad invadía, por lo que mi cabeza calló hacia atrás y un íntimo suspiro me hizo sonreír. Un momento muy autentico que acarició mis complicadas intenciones; mi deseo del día se había cumplido.
Por algún motivo indefinido, estaba feliz y contento.
Y justo allí, en esa porción de tiempo, llamaron a mi hombro. No me convencía interrumpir la voz de Gabriel Ruiz Días en Vistiendo, pero inmediatamente me traicione y descanse los auriculares en el cuello. El silencio me dolía en los oídos. Hasta que se escuchó una voz:
- Disculpas por el descuelgue pero ¿tendrías un porro para fumar? – la chica de piernas lindas estaba arrodillada a mi costado, mirándome a los ojos. Su cabellera estaba armoniosamente despeinada. El cerquillo negro la volvía salvaje e inocente, cubriéndole parte de los ojos y la cara. Los labios en naturales tonos de color rosa, iban geniales con la nariz, única e imperfecta. Era una jovencita hermosa con muy buen aroma. Un pequeño ángel se había acercado, y de alguna manera, me estaba necesitando.
- En realidad solo tengo uno – dije mirando hacia el agua – pero si quieres lo puedo armar y fumamos de a dos.
Arrimó sus pertenencias hacia sí, y se sentó a mi lado. Mientras se acordonaba las zapatillas con toda la cabellera sobre la cara, conseguí marihuana desde mi bolsillo, con la única idea de generar ese vínculo al que ella había aludido.
- ¿Qué leías? – se me ocurrió preguntar mientas humedecía el borde de las hojillas.
- Mas bien estaba releyendo. Es una antología de E.T.A Hoffman. Estoy fijándome meticulosamente en “El Hombre de Arena”, ¿lo ubicas? - al hacer la pregunta, movió su cabeza buscando mi cara. Era realmente bella.
- ¿Ernest Theodor Amadeus? Si, me gusta. Y en especial ese relato; Nataniel dejándolo todo por un amor tan artificial como sublime, en medio de una situación mental desmesuradamente siniestra. Es genial.
Sosteniendo el porro entre los labios comencé a darle fuego: absorbí tanto humo como pude, y cerré fuertemente los ojos. La brisa del momento me daba muchísimo placer. Al fin mi boca saboreaba humo verde. Mis parpados comenzaron a quedar paralelos con el horizonte. El astro amarillo desvanecía rápido, regando nuestros cuerpos con una tenue luz rojiza. Y ella miraba hacia la nada, ya con los lentes en la cara, y las rodillas abrazadas fuertemente contra su pecho.
- ¿Que es lo que te atrae de esa narración en la que estas metida? – le dije mientras le pasaba el porro.
- No se, creo que ese vínculo entre Olimpia y el protagonista, la naturaleza de esa relación me genera unas dudas deliciosas. ¡Nataniel encuentra en una muñeca inanimada, intelecto, vida y amor! ¡Quien puede negar que el chico no sentía eso por Olimpia! ¡Eso era real! Lamentablemente a muchos críticos se les escapa este perfil del cuento, y eso es indignante.
- Entonces tu piensas que Olimpia escuchaba cada verso que su amado le decía, ¿verdad? – mientras le hablaba, miraba como desde su boca, enormes bolas de humo se desdibujaban en el ambiente. Era muy relajante observarla existir. Si hubiera girado su cabeza, me hubiera encontrado mirándola casi estúpidamente. Y eso pasó.
- No solo pienso que ella lo escuchaba, también siento que ellos se comunicaban, interactuaban y sentían. Nataniel en la mirada de Olimpia, encontraba un océano en el cual fluir. El la amaba, y sentía una devolución desde la muñeca, y eso era así. Sería poco serio adjudicar toda esa magia a la locura del pibe. ¿No te parece?
- Si, es verdad. A parte Olimpia era hermosa, vestía atuendos delicados y era dueña de un cuerpo escultural, suave, algo frío, pero perfecto. Su mirada era infinita, podría cualquier romántico perderse en ella. Y hasta los prejuicios sobre su comportamiento hacían que Nataniel aumentara su amor; el encontraba todo lo que necesitaba en el silencio de su voz.
En aquel momento, tan calido y reconfortante, en que las olas eran la banda sonora, la conexión con aquella chica me parecía ideal; su compañía no me obligaba a forjar una personalidad falsa, sino todo lo contrario. Nada es mejor que la sinceridad en todas sus expresiones. Cuando dos esencias interactúan con la verdad como fundamento, el espíritu comienza a gozarse como flotando sobre todo lo existente.
Seguimos fumando hasta que la noche nos sorprendió. La grapa era parte del pasado; lo único que justificaba su existencia, era el cadáver de una petaca vacía. Y así continuó todo hasta que la chica se paró sobre el borde del muelle, inhalo profunda la brisa de la noche, y se decidió a marchar, dejándome sentado, colocado, con el río como escenografía ideal: - Nos vemos pronto. Gracias por el humo, no hubiese sido mejor sin tu sincera compañía. La chica se fue, dejando su perfume en el ambiente, llevándose mi mirada clavada en su figura, que se alejó hasta desaparecer en la noche ya profunda y hechizante.
Nada tenia para hacer. Pensar en mis próximos pasos ya no estaba entre mis planes. Calcé los auriculares en donde corresponde, y después de darle play a Underground de latejapride*, encendí un cigarrillo mirando la nada.
De pronto, de reojo, encontré el libro de aquella muchacha con quien había compartido unos instantes. Sin dudas, se había olvidado de él o algo parecido. Lo tome fuertemente con mis manos, y al abrirlo (haciendo un gesto de encantamiento, como esperando a que se desprendieran colores desde su interior), encontré un marcador, y en él, un número telefónico escrito con tinta de color fucsia.
En ese momento lié mi cigarrillo, subí el volumen, y volví a sonreír…

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