Bajo cielo
Mientras ella
atravesaba la plaza principal de aquel monte pavimentado, mi persona no pudo
evitar detenerse.
De un momento
para otro, el cielo se torno rosa para lograr una escenografía más cálida, en
complicidad con el marrón de las ya secas hojas de otoño, que invadían el
lugar, las calles, la ciudad.
Fue justo bajo
esta cúpula de sensaciones visuales, que pude verla.
Sus parpados
eran profundos y su mirada intensa; aquellos ojos marrones, contrastaban con la
fresca sensación de ese ventoso momento, y goteaban en ternura y delicadeza,
sobre el camino mejor trazado por su pronunciada cintura. Su pelo negro
deslumbrante era portador de un brillo solar, que imponía una presencia
indiscreta, muy sensual e inspiradora. Por entre las largas ondas de su
cerquillo, la brisa de abril dibujaba tribales inacabados en tonos violeta,
representando la magia interna de aquella muchacha de ojos tristes y sonrisa ciega.
Su presencia
me desató en euforia: provocó en el más profundo y telarañoso rincón de mi esencia,
vibraciones intermitentes que en cuestión de segundos, se manifestaron en mi
rostro por medio de lágrimas opacas, llenas de dudas, empapadas de una trágica alegría.
Pero su
camino, en ningún momento propuso pausas; ella continuó avanzando encerrada herméticamente
en su aislado mundo oficinista, de horarios cortados y tiempos veloces. Tal
vez, sus pasos marchaban al ritmo del segundero de algún reloj del viento, de
esos que se nos interponen y alían nuestras voluntades a las acciones del universo.
La única cosa
que a trasluz descifré por entre sus pensamientos, fue que en su memoria no
quedó registro alguno de mi persona que se encontraba inmóvil, con las mejillas
mojadas y los ojos rojos paralizados, sobre la nada y el todo.
Nunca altero
su objetivo; fluyó junto a su rutina caminando y caminando, permitiendo que el
cuadriculado asfalto la condujera a algún lugar; y se fue…
El viento
soplaba fingiendo suspiros, provocando sin intención que las partituras de las
gaviotas de otoño volaran hacia el abismo, dejándolas libres a la
interpretación improvisando una angelical melodía minimalista, ideal para
musicalizar aquel espectáculo que luego de perdurar en el tiempo durante
dorados segundos, ya había terminado.
Acerco el
fuego a mi cigarrillo de caja, acomodo mi espalda contra uno de los laterales
de la fuente central y me siento en el piso con la mirada perdida y los
pensamientos agitados; acabo de ver a un ángel, es momento de indagar entre mis
entrañas y replantearme el por qué de mi incómodo y abatido presente…
2 comentarios:
El final es una pregunta recurrente siga escribiendo así Seba!
woop chido instante! si que me gustó
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