Icarosepia

Foto: Maru Ruiz


Hermosa noche, sábado siete de febrero, ciudad de Montevideo. Con una camisita ligera y mis zapatillas rotas preferidas arranque para BJ con mi estrella ultra aliada (Maru), cerveza en mano, cruzando calles y avenidas furiosas de gente atragantada con gritos que no pudieron ser; la sub veinte de Uruguay acababa de perder contra Argentina y el estado de ánimo de los habitantes de nuestra capital se regula asiduamente por resultados futbolísticos. ¿Bueno, malo? Malo, seguramente. Pero es así, nadie escapa a ese sentimiento futbolero común, si ganamos somos todos crá, pagamos la birra con aires de abundancia en cada gesto, celebramos el encuentro con los amigos como si nos volviéramos a ver después de la guerra, pero si la selección pierde también somos todos crá, pagamos la birra con total impunidad como si fuera la última noche del mundo, con la rabia de la especie encarnada en cada palabra al debatir los pro y  los contra de nuestros jugadores, en el bar, la pediatría del SMI o en el ómnibus, da lo mismo. Mis ojos rosados observaban los edificios en la noche con un dejo de extrañeza, el mismo estímulo que sentimos cuando conocemos un lugar por primera vez; no es mi caso, vivo acá desde hace seis, siete años, pero por algun motivo los edificios lucían mas lindos que cuando los conocí, la repentina iluminación de los autos y sus reflejos colaboraban para que la acción en la calle tuviera un aire noventoso, psicodelia urbana, todos bailando tenazmente la danza religiosa de un Jesucristo de neón. Será que estoy a días de dejar Montevideo. Será que la compañía de Maru es siempre una mística bendición. Será que estaba camino a ver la banda de uno de mis mejores amigos. En fin. Afuera de BJ caras conocidas. Todos estaban para ver el recital de las -en principio- cuatro bandas que tocarían esa noche y que luego fueron solo dos por algunos inconvenientes de los que desconozco su naturaleza (según los comentarios de gente random, uno de los integrantes de una de las bandas que tocaba era militar y por alguna razón estaba calaboceado, lo que les impedía llevar a cabo el show –nota de color). ¡Que bueno que los amigos hagan música! Es sublime ese momento en que todos se encuentran en el lugar con el mismo fin de escuchar música, celebrarla en pleno gozo de la experiencia de los sentidos y la mente. Uno llega con su banquete de pecados y prejuicios, y todo eso se va desmantelando, poco a poco vamos desprendiéndonos de pegajosos gajos colgantes que emana nuestro ego, con más fuerza, mientras la música se acerca. Claro, la experiencia se acomodará a los estímulos estéticos que tiempo y espacio presenten, que no serán los mismos de acuerdo a la banda o proyecto musical que vayamos a sentir. Algunos como yo vamos en busca del exorcismo, del puño eléctrico hundiéndose en el estómago del pogo, del sudor y las guitarras fuertes, de los bajos hipnóticos y la cima emocional de los sonidos. Y cuando esto es entre amigos se reducen a nada las posibilidades de la decepción. Aún afuera de BJ la sensación era reconfortante. La multitud éramos veinticinco o menos. La única vez que había estado en esa sala había sido para ver a Cuentos Borgeanos, una noche para el recuerdo con mis primos de oro. 

Empezó tocando La Cara del Verdugo. Cuatro músicos llevando al máximo la capacidad de sus equipos; la batería no tenía demasiados cuerpos y tampoco eran necesarios, mantenía el pulso adecuado para una especie de rock stoner que la banda proponía; las letras estaban muy involucradas con la sociedad y el ser social -recuerdo entre otras, una canción en homenaje a los desaparecidos en la época de la dictadura. El bajista y la primera guitarra sonaban perfectos, dominaron con gran oficio el repertorio encabezado por el segundo guitarrista y cantante, un pelado con mucha potencia en su voz y movimientos corporales que físicamente era un Tom Morello en los primeros años de R.A.T.M. Sin riel puso a los seguidores de la banda muy al palo y eso contagio al resto. Otra vez dedicaré cuarenta y ocho palabras para resaltar la cuestión BANDA- ESPACIO VACÍO – GENTE MIRANDO DESDE LEJOS que se da en los últimos toques a los que he ido, aún más grave me resulta el fenómeno cuando los que están ahí observando son amigos de los músicos. Anyway… En un momento me pareció estar viendo a los Callejeros (las letras me llevaban hacia ahí) tocando sobre el techo de una veloz locomotora con más distorsión, furia y buen gusto. Bien muchachos. Llegaba el momento de iCaro Sepia.

Icaro, en la mitología griega hijo del arquitecto del laberinto de Creta, Dédalo, y la esclava Náucrate; con alas de pluma y cera construidas por su padre, Icaro debería escapar de la isla de Creta sin elevarse demasiado para que el sol no ablande la cera de sus alas, ni volar demasiado bajo por temor a que la espuma del mar estropee las plumas. Icaro, canción de medicina en el chamanismo. Sepia, cefalópodo marino similar al calamar; la tinta de la sepia es una secreción marrón negruzca que el animal retiene en un órgano especial en forma de bolsa, expulsándola en caso de amenaza, a fin de oscurecer el agua y confundir a los depredadores. Sepia, procedimiento fotográfico que sustituye los grises de una fotografía en blanco y negro por una tonalidad sepia (rojo anaranjado oscuro de débil saturación).

Esa noche sería la tercera vez que vería a la banda. La primera había sigo en AGADU y la siguiente en Bluzz Live. Horas antes del show, esa misma tarde, hablando con Gastón (voz y letras) sobre Icaro le preguntaba si había alguna posibilidad de definir el tipo de música que hacen, pero no fue fácil. “Si me preguntas a mi los definiría como hard core climático”- le dije y me devolvió cierto gesto de conformidad. Quién sabe. La verdad es que los Sepia tienen influencias variopintas con la que tallan la música que les gusta hacer, sus shows cuentan con momentos chamanicos en que flotan sobre un loop casi mántrico y coros tribales, golpes fuertes en los tones, música de ritual, letras que hablan del abismo y el desierto (todo un esfuerzo en plena era en que las bandas emergentes cantan a las cosas cercanas y si es posible en solo dos o tres líneas). Icaro se ocupa en la mayoría de sus letras de abrazar lo infinito, dilemas de la existencia, los enigmas del desierto y al hombre genérico como universo, una poética que los acerca al Catupecu Machu de “El Número Imperfecto” de 2005, a Pommez Internacional, y una inventiva letrística que intenta por momentos – con hallazgos importantes- celebrar la escritura del mismísimo Spinetta. Sus canciones cambian de ánimo con cortes sonoros de mucha armonía, como la que patentan los Buenos Muchachos: panderetas, redes vocales que concluyen en el éxtasis del sonido fuerte y emocional, con la virtud de una guitarra que teje en lo alto, vertiginosa y elegante, emotiva. Empezaron el toque con Andodiabun y siguieron con Icaro Salvaje, casi himno de la banda: un punteo de guitarra que me hizo pensar en la forma de tocar de Tery Langer en las canciones melódicas de Carajo, una batería muy Nossar –dura, clásica y directa- y un bajista paciente que clavaba sus dedos al instrumento con arrogancia y simetría, lo que no había podido hacer en la primera canción. “Icaro sana heridas”  fraseaba Gastón mientras la guitarra de Danilo traducía a notas cada verbo, cada silencio. Esa banda que estaba escuchando no era la que yo conocía. Me pareció estar viéndolos por primera vez, como a los edificios cuando caminaba hasta BJ. En un libro que me prestó Nazareno, Nietzsche reza que “la belleza de una raza o una familia, su gracia, su perfección en todos los ademanes, se adquiere con trabajo. Es, como el genio, el resultado final del trabajo acumulado de las generaciones. Es menester haber hecho grandes sacrificios al buen gusto, haber hecho y haber sacrificado muchas cosas en obsequio a él” y creo que el presente de la banda que estaba viendo era al fin, el resultado de mucha expiación en busca de la esencia; su sonido ahora era descifrable, habían encontrado un dialecto, una forma de hacer y decir. Alto vuelo -tema relativamente nuevo- sonó maduro y dio lugar al goce de los ejecutantes, Nicolas amagando salirse de sí sobre la batería que Santiago llevaba a tiempo con una velocidad por momentos exigente. Seguidamente, sonó Bajan de Luis Alberto, mientras se cumplían tres años de su muerte. La banda nunca manifestó conciencia de ésto y eso dejo aún mas abierta la brecha del misticismo -dos pulgares arriba por ello- y el tema sonó perfecto, es uno de los dos covers que la banda lleva consigo al escenario, y la tonalidad sepia de la versión aportó al homenaje instintivo. Cuando todos pensábamos que la cima había quedado atrás, Nuevo futuro alejo el listón de la emoción a su punto mas alto. Tres voces conjurando y cantando para el sol. El dominio del clima fue sin dudas donde Icaro gano mas terreno de un tiempo a esta parte. Y en esta canción nos puso a todos donde queríamos estar. Lo lograron. Las últimas dos (tocaron diez en total) fueron Raza (otra de sus nuevas canciones, envolvente y primitiva, con intenciones globales de conciencia e identidad) y The Chain de Fleetwood Mc, un elevador retro que funciono muy bien para culminar el show, un show contundente -por la fuerza y el afianzamiento en la ejecución- y particular -por proponer un viaje complejo que quiere volver a conciliar a la música de culto con la nueva era. 


Setlist


Más o menos bien, volvimos entre amigos por calle Uruguay, celebrando entre risitas extasiadas lo que fue una noche de música fuerte, paisaje sonoro y meditación. Estaba bueno para seguirla, pero ya eran las cinco de la mañana, todavía somos jóvenes, si, pero queremos seguir siéndolo por un poco mas de tiempo. No se donde va a ser el próximo toque al que vaya. 'Lamierda, como voy a extrañar esto..' me dije antes de dejar de pensar en el futuro. Ese futuro que ya es hoy. 
  

1 comentarios:

Anónimo | 2/10/15 07:48

Hola! Estoy comentando y llegué hasta acá abajo Xq era mucho para leer.. X)

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