Paysandú-Montevideo, sin consumición


Con un par de lagañas colgando desde los párpados, acomodé mi espalda contra el asiento de piedra número 10 del 7º coche con destino a Montevideo (al parecer, según el número de bondi que te toca, es la incomodidad de sus instalaciones). Mientras pateaba con mal humor la mochila que sostenía entre las piernas, pude percibir que en aquel ómnibus, el ambiente era más que familiar. Antes de poner el coche en movimiento, la gente subía con sus mejores perfumes (mejores para ellos, claro) intentando buscar el asiento que les correspondía; ubicaban sus equipajes sobre los asientos, acomodaban sus ropas, inflaban sus almohadillas y hasta musicalizaban el silencio con los “psffff!” de las coca colas. Todo muy lindo. Pero me dormí de toque.

Pasados algunos minutos, y ya alejados de la ciudad de Paysandú, entre abrí mis ojos para ver que sucedía a mi alrededor. – Valla - pensé. Los jóvenes comenzaron a entablar relaciones sociales, mediante el intercambio oral de actividades realizadas en el fin de semana; los viejos reposaban con la cabeza mal apoyada, mientras dejaban caer con libertad varios fluidos de sus bocas y las viejas se concentraban (con los ojos cerrados) para ver si se encontraban algún nuevo dolor en las caderas. – Que bonito será este viaje – me dije a mi mismo, mientras era consiente de mi ironía conmigo mismo. Al fin me dormí profundamente. Aquellas mini vacaciones habían sido agotadoras aunque gratificantes, por lo que aquellas horas de viaje serían de reposo absoluto. Pero nada de eso sucedió.

De pronto, el murmullo generalizado (ya pasadas las 3 de la mañana) se volvía insoportable: algunos se paraban e iban a conversar con pasajeros de otros asientos, otros entraban y salían del baño como si anda. Para ser sincero, estaba un poco asustado. En mis auriculares había música clásica, pero el caos en el ómnibus rompía todo lo que rimara con la palabra armonía. Comencé a transpirar. Y justo cuando sentía que ya nada nuevo podría suceder, ocurrió lo peor. Una enorme bola de espejos descendió desde el techo del 7º coche de COPAY, y comenzó a girar como si no estuviera para nada fuera de contexto. No entendía nada. El guarda se apareció con una canastita, en la cual los caramelos, habían sido remplazados por cartones de LSD. En el fondo del ómnibus, pegado a la puerta del baño, alguien había armado una especie de barra, en la cual todos los pasajeros podrían retirar un vasito de Vodka y un pequeño alfajor de el Chaja (si, si, el de la medallita). En los televisores, se difundían videos con bloopers, y desde los paneles ubicados sobre los asientos, la música explotaba en formato Reggaeton. Las chicas expresaban su felicidad al agudo grito de “uuuuuuh!” y los muchachos arremangaban sus camisas mientras sostenían un vaso y un cigarrillo entre los labios. Lo único que faltaba, era que el conductor animara el colectivo. Y así fue: “arriba arriba arriba esas manitos…”

Mis ojos estaban a la miseria. Mis ganas de dormir se manifestaron cuando estire mi pierna hacia el pasillo, e hice caer a una flaca que callo con la cara, justo en el vomito de otra, que estaba con la cabeza gacha y las polleras sobre los hombros. El chasquido de su cachete contra los pedazos de buseca, hizo que la fiesta se detuviera.

De pronto, todos volvieron a sus asientos, mientras me miraban con cara de “que hiciste loco, sos un desubicado”. Yo nunca entendí nada. Y sigo sin entenderlo.

La bola de espejos se detuvo y ascendió hasta desaparecer. Los chicos agrícolas intercambiaron e-mails y se fueron a sus asientos. La música se detuvo y dejó a la vista los murmullos. Las viejas continuaron buscándose dolores en las caderas. Y yo no entendía nada.
Y así fue el viaje. Nunca valore tanto al silencio después de aquella festichola sobre ruedas. Fue muy gracioso cuando todas las luces se apagaron, y pude ver desde mi lugar a todas aquellas cabecillas descansar. Por un momento consideré la opción de que todo fuere un sueño. Pero no. La realidad nunca fue más real que en ese día, en el que las fieras salvajes de Polo la Caleta, optaron por viajar todas juntas en un ómnibus de COPAY. Que horrible recuerdo. Creo que mi próxima misión, será exterminarlos, pero esta vez, será para siempre.

2 comentarios:

frank | 22/3/10 00:02

Matemos a los polo boys YA!

j.sebastian | 5/4/10 09:15

jeje, tal cual fnk. esta historia se repite seguido, es vulgar como pocas pero era hora de escribirla. ta salao ver desde el costado como estos tipos gozan de ser tan extrovertidos; ojala se tragasen todo eso (y se atorasen hasta lograr una delicada piel violeta)

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