Enjoy the noise



           Desde este lado de la habitación, en el que mis piernas se encuentran paralelas al suelo, y mi nuca descansa sobre la incomodidad de mi encorvada cama, todo se derrite y se descompone. La música para colgados se dispara desde el equipo en el escritorio de mi cuarto, y los acordes deambulan con libertad por entre las líneas invisibles que entretejen los espacios de mi guarida, y se fusionan, y se liberan, y se estrellan contra las paredes, y las manchan de paisajes espaciales. Giro mi cabeza bruscamente hacia un lado de la cama, y vomito la cena, que fue poca y de mala calidad. Seco mi boca con las sabanas, y continúo mi placentera agonía.
            Ya con el reflejo del techo en la retina de mis ojos, mi cerebro comienza a caminar por entre los callejones del pensamiento, tomando de referencia lo táctil de la realidad. Analizo sin apuros la anatomía de mi cuerpo, bajo una mirada incómoda de mi cabeza mal apoyada. Veo mi pecho, y percibo que un gas de brillantes tonos verdes sobrevuela por encima. Mi pecho esta intoxicado, y mis poros ya no se preocupan por aguantar a las sustancias bajo custodia permanente. Mas abajo, mi calzoncillo luce tan neutro y opaco como siempre. No me preocupa: la comodidad que otorga lo agrio al ser humano, es incomparable; no existe mejor lecho de supervivencia que la mugre propia de nuestra mismísima estructura. Continúo la pasiva tarea de describir la carcasa del espíritu, y me topo con los coquetos bellos que se manifiestan por mis tobillos. Dejando a un lado el estúpido debate mental de si mis bellos son abundantes o si mis piernas son demasiado flacas, movilizo lentamente los dedos de mis pies, para comprobar que cada señal emitida desde mi cerebro, se refleja en los movimientos que ejecuto: uñas de tamaño estándar, bellos sobre la parte superior de mis empeines, talones delicados y plantas planas y lisas: estoy frente a las características mas fieles a mi descendencia; mis pies hablan mejor de mí, que yo mismo.
            Vuelvo a girar mi cabeza hacia la improvisada zona de vómitos, y vuelvo a liberar impurezas a las que amo identificar: en este caso, se trataba directamente de las mil cervezas de aquella noche (todo era agua, flujos, olor a cebada). Retomo la actividad, pero esta vez, tomando como método la holgazanería que dominaba en el momento posterior a la segunda lanzada: debido a mi actual posición sobre el colchón, con la cabeza colgante hacia uno de los lados, las piernas cruzadas e inclinadas hacia el borde más próximo de la cama, las sábanas en el piso y el torso desnudo, comienzo a dibujar caminos con mis dedos en los fluidos estomacales estancados en el piso, mientras observo las venas exaltadas de mi brazo derecho. Con toda seguridad por aquellos conductos, el alcohol se deslizaría a una velocidad interesante, ya que mis ojos, estaban comenzando a nublarse, desdibujándome la percepción de la habitación, de mi cuerpo, de mi alma.
            Coloqué lo que quedaba de mis fuerzas en cada uno de mis brazos, y me cambie de lugar muy desganadamente: giré de tal modo, que ahora la cabecera de mi cama estaba siendo ocupada por mis extremidades inferiores. Todo giraba. El espejo, la guitarra, el ropero y los calcetines abandonados bajo mi mesa de luz; se movían, derretían, se descomponían y volvían a quedar en su posición inicial. Los parlantes colgantes de la pared opuesta a la cama, estaban cada vez mas cerca de explotar, y con ellos, la pared, el suelo, el techo y los ceniceros. La música gritaba, no se detenía: decrecía, se agigantaba en mis oídos, mutaba en colores, se tornaba estrellitas de vidrio, y se colaba por mis narices.
             La situación, era comparable con una calesita gris, oscura, en el que payasos malintencionados reían sin razón, y lloraban sangre al mismo tiempo.
            Y para coronar el momento con las guirnaldas del oportunismo, me senté sobre las tablas acolchonadas de mi refugio de sabanas caídas, rasque mi cabeza, y a los pocos segundos de apoyar la espalda contra la pared con un cigarrillo entre los dedos, incliné mi boca hacia delante, y vomite por tercera vez todo el veneno consumido en aquellos días de guerrilla por la identidad. Que placer. El volumen aumento mágicamente, pero esta vez salía el sol por entre las violas hechizadas de los Buenos Muchachos. Nada más sublime, que despegar desde la cama hacia horizontes lejanos, en mi cuarto aislado, disfrutando del caos.


2 comentarios:

fede | 8/9/10 21:38

Pufff, hace ya tiempo que no me toca una noche así. Por lo gral palmo antes de que suceda ;)
Sin duda que la banda sonora de todo esto no puede ser mejor.
No sé por qué me imagino que suena "Un salto en la ciudad" desde el equipo.
Saludos Seba.

El nuevo theme quedó barbaro, me cae mejor el blanco (?)

j.sebastian | 12/9/10 13:11

Buenas Fede, que bueno saber que anduviste por acá. Estoy muy de acuerdo con que "Un salto..." podría ser perfectamente la escenografía de este texto, es una canción muy agresiva, esta genial. Sobre el theme, como que el blanco te predispone diferente, no? Al menos transmite la paz que le falta a los txts. Todavía no entiendo que hago publicando estas cosas... Larga vida a Frank Inferno!

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