Hombre alado




I  SOMBRA EN LA TIERRA

Louis jugaba sin apuros sobre el terraplén de una plaza a pocas cuadras de su casa. Estaba solo. Pero aquello de armar murallas, hacer cuevas, diseñar todo un universo de ladrillos ramas y objetos para sus muñecos era en verdad una excusa para estar distraído, y pensar:

No entiendo por qué ninguno de mis padres pasó por mí a la salida de la escuela hoy. Entiendo que los de tercer año salgamos un poco antes, junto con los de primero y segundo -tampoco me ilusiono con encontrarlos ni bien estoy saliendo- pero hacerme esperar horas sentado en la vereda por una confusión entre ellos, un “error de comunicación”, me confunde y pone triste, como enojado por algo que no entiendo, enojado conmigo mismo por tener la mala suerte de tener que ser el olvidado del cuentito. Esperar no es un problema para mí, ¿pero esperar que? -quiero algo a lo que esperar. La soledad me ha brindado un millón de herramientas para a la hora de afrontar la realidad ser medido y aplicado en mis comportamientos, en mi forma de pensar y ser. Es un ejercicio que no deja de aplicarse cuando estoy acompañado, básicamente intento retener cada instante, nutrirme de él para luego digerirlo en momentos de conversaciones internas como la que tengo en este momento, cuando estoy solo y gozando de ello. Aquello de hacerme esperar tanto tiempo, nervioso, solo por que “cada uno pensaba que el otro pasaría por mí” a la hora de la salida, es para mí una realidad en sí misma, una lamentable evidencia de que en mi familia algo anda mal. Esta reflexión tampoco es un gran hallazgo para mí. Pero intento que el presente cambie a costa de lo que sea, actúo conciliadoramente, no dejo que los rencores me claven al piso. Podría compararme con un cuadro inacabado, un libro sin terminar -obra de arte en construcción que terminará por crear al mismísimo autor. La verdad a veces resulta ser aterradora, la realidad, quiero decir… Tengo frente a mis rodillas un ejército de superhéroes para vencer al mal, derrocar el miedo; una humilde estrategia, y un digno discurso al que defender para luego difundir. ¡A VENCER!

Justo cuando todo estaba listo para que se desatara una batalla imaginaria entre sus juguetes, el sol desaparecía y se encendían las luces de la plaza. Los autos comenzaban la danza de las luces perdidos entre el neón del los comercios. Los semáforos marcaba el ritmo. Pero bruscamente, el contexto se vio interrumpido, deformado por una enorme sombra que pareció atravesar el cielo. Louis pudo ver en la tierra donde jugaba la figura de dos larguísimas alas, muy realistas, lo que desvió un poco su concentración en los muñecos:

¡El amor ganará! ¡Pude ver al hombre alado! ¡Nace un motivo, una nueva razón! ¡El miedo tiene ahora un enemigo con nombre y apellido! Algún día aprenderé a volar para atravesar el campo y la ciudad en busca de lo que deseo con tanta fuerza, mi secreto mejor guardado. ¡Vuela alto hombre alado! ¡Voy a tu encuentro!

El joven niño tomo sus pertenencias y corrió calle abajo a máxima velocidad, desapareciendo en cuestión de segundos tras el horizonte de edificios grises. En el terraplén quedaron las guaridas y una muralla rota destruida por su pie al momento de la largada hasta su casa. Algo en él estaba feliz, todo lo contrario a como había quedado la noche, en silencio, como atragantada con la luna…            

   
II  HOMBRE SUBTERRÁNEO

“Tesla” de La hermana menor explotaba en la habitación a todo volumen: Louis que dormía, se sentó de golpe en el sillón, totalmente desalineado -desencajado- y después de unos segundos se percató de que no conocía aquel lugar. Agarró el paquete de cigarrillos que estaba sobre la mesa ratona, los aplastó contra el bolsillo trasero de su vaquero, se puso la camisa de tartán y bajó las escaleras corriendo, esquivó algunos cuerpos tirados en el living y saltó a la vereda con urgencia, como escapándole al momento, pensando en qué lo había llevado a esta situación:

No puedo hacerlo más. ¿Dónde ando caminando? Tengo que olvidarme. -“¿Las 19: 15? ¡Muchas gracias!”- Alcohol, sexo, bardos, mercainas y mentiras. Todo eso junto y en ese orden me está matando, noche a noche. Engañado por el pensamiento pongo mis carnes en juego. Y como hoy -SI- también pierdo las batallas. Bajo la débil excusa de que me quedan años por vivir dejo que mis ansiedades comanden, que la parte más oscura del deseo sea siempre la primera necesidad a satisfacer. Juro ser el dueño de mi destino haciendo precisamente todas esas cosas no debo. Postergo mi propia realización para conocerme desde los límites que me encierran, me niego a la felicidad por una recurrente falta de esperanzas; experimento los placeres del odio, solo para decirme fuerte e importante. Lo sé… Pero odio por amor. Uno ama tanto cuanto su odio le permite. Quien más ama, más tiene también de lo otro. Anoche cuando me dispuse a salir, solo quería encontrarme con Irene para convencerla de que tiene que estar para siempre conmigo, que lo siento, que sé que es la persona que necesito para ser feliz. Irene creo que me odia, por eso no me deja ir. Irene me odia, por eso también yo tanto la necesito. Pero cuando entré al antro que nos gustaba - un bolichón ahora coqueto e insolente – tomar alcohol fue el primer pensamiento: no se si tenía que afinar la retina o qué, pero no pensé en otra cosa que no sean etiquetas de bebidas. Seguramente mi idea era poner a prueba  la bestia que prensaba en el pecho, ver que tan hombre sería de ahí en más, tratar de burlarme de la adultez que entre las luces del lugar se mostraba tan arrogante e infeliz, dispuesta a arrancarme los últimos restos de inocencia. Ante el primer amague, sedí al ofrecimiento de una línea, besé a la mujer menos pensada y termine por empujar al gil que ahora recuerdo, hizo que mis lentes de ver estallaran en el suelo. MIERDA. Recuerdo también haber manejado un auto por la rambla repleto de personas eléctricas pasadas de alcohol y soberbia, que hablaban de músicos y discos estúpidos. Probablemente en aquel auto haya llegado a esa casa desconocida, llena de ajenos. La última imagen de la casa que retengo fue haber fumado un cigarrillo mirándome a un espejo de botiquín, lento, sin pestañar; en ese último viaje liquidé mis municiones. Ese momento límite, escuchando mis palpitaciones, fue el mejor instante de la noche. Fue allí cuando volví a pensar en Irene. Quizá inmediatamente a eso comenzó mi derrumbe, el que me encuentra ahora rodeado de mis propios escombros. Tengo que seguir.

Una vez llegado a su casa, enormes llamas de fuego naranja se comían las paredes, salían por el techo y destruían todas y cada una de sus pertenencias. La casa ardía en llamas. Louis se quedó parado, extraviado, como pudo sacó un cigarrillo que puso en su boca y al querer encenderlo se le cayó. En ese momento, una formidable sombra de dos alas largas se sumó al espectáculo del fuego, que pareció durar una vida entera. Louis desorbitado giro en sí mismo pero no pudo ver nada. Satisfecho por la señal, cerró sus ojos y de cara al cielo sonrío. Suspiro profundo. Y con la paz de cualquier hombre realizado, dejó caer las llaves y caminó tranquilo. Sus padres ardían en el interior del hogar. El miedo no tiene límites… -pensó, y salió rumbo a lo de Irene, quien en realidad ya no vivía donde él pensaba…


III EL FIN: COMIENZA EL  AMOR

Era un atardecer en otoño. Louis se sentía como nunca el hombre más feliz en el mundo. Su carrera como  actor de teatro y artista plástico le habían ayudado a llenar sus vacíos del pasado. El alma estaba en calma, su mente distraída. Esa tarde venía de concretar un proyecto con quien sería su biógrafo desde ese momento, estaba radiante, y en la noche sería exhibido por primera vez su último cuadro que lo traía en vela desde hacía más de un año, un lienzo enorme que tenía a los críticos inquietos y murmurantes. A esa altura vivía en un palacio antiguo en plena ciudad, que tenía en su interior varios apartamentos algunos más lujosos que otros dependiendo de su ubicación. Louis residía en el tercer piso por lo que para entrenarse a diario utilizaba las escaleras -tenía ya cuarenta y cinco años y su pasado insano le pasaba las facturas que le había prometido. Parecía ser aquel día uno más entre tantos otros por el ritmo que tenías las calles, pero para Lou, ese día sería el mejor, o al menos así un presentimiento porfiado se lo daba a entender. Comenzó a subir las escaleras rumbo a su casa. Mientras lo hacía observaba con nostalgia el tatuaje que tenía en la muñeca y había sido su alianza en común con Irene. Habían estado casados por diez años, vivieron juntos en algunos lugares del mundo y tuvieron a Linda quien falleció a los tres años de vida por muerte súbita. Luego de aquel episodio, la relación entre Louis y Irene paso a ser un tormento espeso que los desgastó al punto de separarlos por cuestiones más mentales que de corazón. En el presente Lou vivía solo y no sabía nada de su ex esposa, pero su historia con ella era su única versión del amor, y sería para siempre la mujer de su vida. Ella estaba sola, deprimida, tras la alcoba de algún edificio  del que nunca nadie se enteró. Irene había muerto por dentro. La seriedad en la cara de Louis desapareció cuando sus ojos propusieron lágrimas y en la mente la imagen de Linda brilló con esplendor. Subía las escaleras emocionado, con swing y alegría, por haber disfrutado en vida de su niña, un ser alado con ojitos tristes, su diosa. Y tras este pensamiento, la muerte. Otra vez el miedo dando vuelo a su habilidad. Nuevamente la cabeza le insinuaba que la realidad es, sencillamente, lo que se percibe: el absurdo, el grotesco, lo deforme, lo insólito, el terror, eso que vemos en la calle todos los días. Se le hacía imposible mantener por mucho tiempo un pensamiento feliz, pero tampoco se dejaría abatir por una obviedad tan grande como que el miedo es una eminencia que vive en todos y hasta muere con nosotros. Llegó hasta la puerta de su casa pero ni siquiera la miro, paso de largo ya caminando mucho más rápido y con cierto nerviosismo muy bien disimulado. Sus pasos fueron aumentando en velocidad por las escaleras hasta estar corriendo propiamente. Subió un piso más, dos, tres continuó corriendo, pero sin descuidar la delicadeza en su monólogo interno:

¡Por el amor a mis padres, a Linda, a la propia Irene! ¡Por todos los superhéroes que me cuidaron de niño! ¡Por mi respeto, por el teatro, por la tinta! ¡Por cada caminante sin esperanza de alas! ¡Por cada luna y sol que me supo brillar! ¡Hoy a de ser el día que tanto esperaba! ¡Algo aguarda por mi espíritu! Algo que me trasciende… ¡El viento serán mis ojos y la verdad se revelará!

De una patada violenta, Louis abrió la puerta de la terraza que daba a una hermosa cúpula y ahí estaba el mundo, una ciudad entera recientemente oscurecida en la que pasaban un millón de cosas en el mismo tiempo y espacio. El viento era perfecto, Lou contempló todo como fuera de sí mismo: sentía como se le acercaba la satisfacción absoluta. Miró con cuidado la plaza, donde un niño jugaba entretenido, bastante feliz a primera vista. Vio sin preocupación como una casa se prendía fuego y ardía a lo lejos; desde ahí arriba era digno de contemplarse. Sintió por un momento estar en varios lugares al mismo tiempo. Ya sin más detalles y con total seguridad, tomó impulso desde donde estaba y corrió hacia el borde de la cúpula, no detuvo el impulso y se lanzó elegante hacía el vacío, sobre la ciudad, con los brazos extendidos como queriendo abrazar al universo.

Gigantes alas azules borran las piernas de mi esqueleto. Poro acaricia el cielo.  Ave extravagante que al fin voló, vuela tras campo y cemento. Los ojos del caminante contemplan con miedo, no es buena la verdad en los tiempos modernos. ¡Hombre alado ya despega que la vida está esperando! El amor no es otra cosa que miedo bien disfrazado.  

Al hombre alado no se lo vio nunca más. Louis murió y nació ese mismo día, a través de su último cuadro. Dicen quienes lo vieron que se trataba de un hermoso hombre con alas azules destrozado contra el pavimento, rodeado de personas extrañas que lo señalaba y lloraban, reían, corrían, se desvanecían ante tremendo espectáculo. Según los críticos -quienes festejaron el cuadro por su conexión con la muerte del autor- el hombre con alas del cuadro podría haber simbolizado al hombre contemporáneo, ese falso romántico con más miedos que convicciones, que en el mejor de los casos da su vida para manifestar algún mensaje claro e impactante bajo las consecuencias que se planteen. Lo cierto es que Louis cambió la vida de muchas personas, de quienes supieron interpretarlo, como la vida de quien escribe hoy esta historia, para que no muera en un punto cualquiera del tiempo y quede registro de que un día, un hombre y dos alas gigantes atravesaron el cielo, el que vos y yo vemos, el mismo de siempre.

3 comentarios:

Unknown | 27/7/12 07:46

Buenísimo Seba muy profundo,onírico y a su vez real.Saludos!!

Anónimo | 3/8/12 06:14

HERMOSO HIJO....SOLO XA ENTENDIDOS...SOS UN SOL.
SIGUE ADELANTE Y BRILLARAS EN EL FUTURO..
TE AMO..
MAMI..JE!!!!! MIL BESOS!!!

Anónimo | 11/3/14 13:07

me toco el corazón, literalmente entraron las palabras a mi cuerpo y me rodearon el corazón. Jeshu

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